PULSO
Eduardo Meraz
Como en la época de la «dictadura perfecta», ahora el cuatroteísmo nos confirma que los mexicanos no estamos diseñados para tener mayoría legislativa y titular del ejecutivo de un mismo partido, pues siempre terminamos sufriendo la deformación de la democracia y dando aliento a aspiraciones autoritarias.
El sistema presidencialista en el sexenio actual muestra su elevado grado de perversión, cuando pretende deformar el equilibrio de poderes contemplado en la Carta Magna.
La imposición de iniciativas de leyes, a las cuales no se les puede cambiar ni una coma y la intentona de extender el cargo al presidente de la Suprema Corte o de imponer a alguien cercana, son claros ejemplos de la «verdadera democracia», según el habitante temporal de Palacio Nacional.
Y cuando no le es posible al ejecutivo imponer su criterio, la ofensa y descalificación hacia quienes difieren de sus puntos de vista, es el paso previo a planes B o alternos, que rayan en la ilegalidad e inconstitucionalidad. Y lo hace de manera alevosa y premeditada.
La finalidad no es sólo contar con un marco normativo a modo, sino sobre todo, demostrar la fuerza capaz de doblegar a legisladores y a ministros del poder judicial. Apetito propio de regímenes absolutistas o monárquicos.
En buena medida los ciudadanos hemos sido partícipes -voluntarios e involuntarios- de este retroceso, al propiciar la vuelta a un partido de Estado como si fuese la mejor opción al empantanamiento económico y social acumulado desde el inicio del siglo.
Olvidamos, por comodidad o enojo, la invaluable lección de no otorgar mayoría a un solo color. Las diferencias en el Congreso de la Unión a partir de 1997, además de reflejar la pluralidad del país, también operaron contra los caprichos de la hegemonía de una sola fuerza política y dieron paso a la alternancia en el poder ejecutivo durante el presente milenio.
El desencanto social después de dos décadas de magro crecimiento de la economía, 2 por ciento anual en promedio, sumado al arraigado fenómeno de corrupción en la clase gobernante, motivaron el viraje al pasado de partido hegemónico de 2018.
A partir de ese momento, quienes ya pasamos la juventud, volvimos a ver cómo la casi fusión del ejecutivo y el legislativo, volvió a este último apéndice u oficialía de partes del primero y posibilitó el acercamiento o aquiescencia del judicial.
Junto a esta nueva tendencia, la pandemia del coronavirus, demostró la inutilidad de una mayoría en el Congreso, ya sea simple o calificada, cuando en vez de atender las necesidades de la población, a causa de la crisis sanitaria, el ejecutivo prefería destinar gran parte del dinero público a obras caprichosas
A raíz de ese comportamiento del presidente totalmente Palacio Nacional, en 2021 la gente decidió quitarle la mayoría calificada en el Congreso y le ha impedido instaurar reformas constitucionales para reinstalar el partido de Estado.
Debemos descalificar cualquier tipo de mayoría, ya sea vía el voto plural o en favor de gobiernos de coalición.
La lección aprendida en estos casi cinco años de cuatroteísmo, es que en materia de desarrollo económico, político y social, más vale paso que dure y no trote que desbarranque.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
¿Habrá nuevo jalón de orejas por la coladera que son los muros humanos de México en sus fronteras norte y sur, ante la oleada migrante?
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